Hoy es la tercera vez que veo el nuevo purgante televisivo de Lancia. Normalmente, de los anuncios me quedo con cualquier cosa menos con la marca, pero éste lo veo tan insufrible que he hecho el esfuerzo, para que se sepa de qué hablo.
Si en una semana lo he visto tres veces, es que lo echan a todas horas, así que doy por supuesto que todo el mundo lo ha visto.
El sr. Richard Gere, budista radical total, coge su extinción del ego y su espiritualidad y los mete bien al fondo del maletero de su carrazo, para ir rumbo nada menos que al Tíbet, a impresionar a cuatro aldeanos pelones y un pobre niño ignorantes todos de ser iconos pop, enseñándoles que allí, en medio de su miseria voluntaria, pueden tener un paseo de las estrellas como el de Hollywood (?). En eso, mientras algo patalea en el maletero del coche, el sr. Gere coge tooda su celebridad y la estampa en la nieve, al tiempo que invita al niño a hacer lo mismo, en un gesto de deferencia y colegueo loables.
El eslogan no lo repito porque es una puta mierda, pero la mezcla en sí de valores me da retortijones. Parece una tontería, y puede ser muy cool coger todas estas cosas y sacarlas por la tele, pero a mí me toca los cojones bastante, y hasta me da algo de regomello.
Hace mucho tiempo que las multinacionales nos han dejado claro que somos ganado zombie controlado con bandas magnéticas. Ellos son el imperio y la verdad, y nosotros somos unidades de producción y consumo, y nos pasamos el día gimiendo y luchando por alcanzar el pedazo de carne más fresco que nos lanzan desde arriba.
El problema es que hay reses z más aplicadas que otras. Y el sistema es muy democrático, nos quiere a todos por igual. ¿Qué puede hacer el márketing con esos pequeños grupos de mierda que intentan patéticamente evitar las normas del juego?
-En primer lugar, airearlos. El ser extraños al rebaño favorece su reafirmación como individuos, como algo aparte. Por ejemplo, cojamos a un budista, un punk, a un gótico y a un freak genérico cualquiera. Coge el ejemplar más inapropiado de cada subgrupo y exponlo en la tele en un programa retroevolutivo para que cuente sus mierdas. Al día siguiente, cuando un sujeto z ve a un gótico por la calle, sea como fuere, ya no siente ni miedo, ni asco, ni pena:
“Yo sé lo que es ése. Ese es un gótico, un gilipollas que le gusta follar en cementerios, pintarse como una nenaza y hacerse cortecitos en los brazos, aparte de vestir como un payaso. Me he documentado con el Diario de Patricia”.
Fin del asunto; ya tenemos a un sujeto que causaba inquietud en el ganado completamente neutralizado. Nos cargamos 30 años de movimiento cultural con 4 programas de telebasura, fácil. Lo mismo se aplica para cualquiera que se salga del tiesto.
-En segundo lugar, ahogar su sentimiento rebelde. ¿Cómo se hace esto? Fácil. Sabemos que, ya sea al alcanzar una determinada edad o por tener la mente más despejada que otros, aparece un sentimiento de rebeldía al que hay que darle salida de alguna manera.
La solución: orientar ese sentimiento por el derrotero más estúpido. Lo importante es que el joven alocado se sienta un James Dean por rebelarse contra algo, pero que ese “algo” sea alguna chorrada que no afecte al sistema lo más mínimo.
Un ejemplo: Dani Martín y su lucha por entrar en una discoteca con zapatillas. El Che del siglo XXI!. Cuando cualquiera con dos dedos de frente ignora esos tugurios como quien evita pisar mierda de perro, él se monta una cruzada contra los porteros, el aparcamiento y los precios de las discotecas.
Se trata, en general, de coger el aspecto más superficial de cualquier acto rebelde y quedarse sólo con eso: camisetas de grupos ficticios, el anuncio de Maxibón con esos bastardos cantando como locos una sintonía de mierda (porque les pone on), el del gilipollas que grita bajo la lluvia (y no parece importarle que se esté mojando... :O!) y un largo etcétera.
-En tercer y último lugar, convencerles de que son subnormales y felices a partes iguales. Aquí la víctima más evidente es la generación de los 80. El anuncio de Trina es un claro ejemplo. Los problemas se reducen a “conté un chiste y nadie se rió”, “me corté el pelo a lo Colón”, etc. Y todo se soluciona con un Trina, una canción chorra y el apoyo de otros mastuerzos con la vida resuelta. Todos felices y todos gilipollas. Aquí tb hay un puntito de falsa revolución (la que se sube a bailar a la barra de un bar, oh, cielos, qué coraje).
Otro que tal baila, el del coche ecológico que hace que todo el mundo salga a la calle cantando que quiere uno. Y para qué seguir... se busca el conformismo, la comodidad de la aceptación, y el humor rancio como consuelo.
A mí, personalmente, me da bastante penica la imagen que se da de la juventud, pero será que soy un flipao.
Pero el control mediático... eso da canguelo del bueno. Ya se me hace difícil que tanta unanimidad de contenidos sea casual.
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