Las comuniones tienen origen cuando la curia católico-eclesiástica decide, no sé en qué siglo de su opresora historia, que la mejor edad para decidir tomarse el sectarismo en serio son los 8-9 años, que es cuando uno tiene la mente más lúcida y está en condiciones de sumir decisiones importantes en la vida. En parte es lógico; unos meses más tarde, la llamada de la naturaleza condicionaría su orientación espiritual con indeseados resultados.
En cualquier caso, dejemos los temas de educación para el ganaderío para los padres de las víctimas, que son los únicos responsables de este atentado al libre albedrío (que en el 80% de los casos no consigue arraigar en la mente del sujeto) porque aquí de lo que se trata es de explicar al sociópata que actúa según la lógica más elemental cómo se comporta un zombie gregario normal en uno de estos eventos.
El evento comienza con el anuncio del mismo por parte de los padres, que nos invitan a acudir al ritual. Si ya tenemos una imagen creada en la familia o grupo social responsable, no hay por qué disimular la cara de reproche y superioridad moral por lo que están haciendo a su prole, pero nada nos librará de pagar en el caso de que aceptemos el reto.
Al igual que en las bodas, la estrategia de inicio más inteligente es una retirada a tiempo. Si queremos seguir siendo familia o que no nos borren de su agenda telefónica, pondremos una excusa creativa y nos retrataremos convenientemente con un regalo para el preadolescente. Aquí ya se puede ir a joder un poco regalando un libro o algo artístico-cultural que estimule la creatividad. Si se quiere joder aún más, el libro puede ser Mecanoscrit del Segón Origen de Manuel de Pedrolo o cualquier otro juvenil con alguna escena picantona, para que empiece a despertar en el zagal lo que más teme el párroco del barrio (eso siendo bien pensados con respecto al párroco). Lo más fácil es que el niño ni lo toque.
Si, por el contrario, decidimos ir, nos enfrentamos a un proceso tan caro o más si cabe que el bodorrio, ya que tendremos que pagar a los padres el reglamentario cubierto de 80,00 - 100,00 € que se habrán marcado por presión social y falta de voluntad, y el regalo del niño, que habrá de ser algo ya de cierta entidad.
El regalo es parte consustancial al sacramento, pues de lo contrario, ningún niño en su sano juicio se prestaría a tamaña majadería. Creo que lo pone en la Biblia por alguna parte. Por lo general, se hará entrega del mismo unos días antes de que empiece el evento, entrando a formar parte de un ranking por alcanzar el título de familiar más enrollado. Si queremos alcanzar el primer puesto fácilmente, haremos entrega de una consola de videojuegos de última generación, aunque el coste es elevado, y no creo que valga la pena. Hablo desde la experiencia (sí, esto nos ha alcanzado a casi todos), pues en mis tiempos era de otra manera, y no se invitaba a la gente a salonazos de bodas y tal, pero lo de los regalos debe de haber sido así desde la edad media por lo menos, y he de reconocer que, si me regalaron algo más aparte del Spectrum, no lo recuerdo. Así son los niños. En serio, creo que no me regalaron nada más.
El día de la comunión, vestiremos del mismo modo que en el bodorrio. Haré copia y pega para no repetir, por lo que quien haya leído el post puede saltarse lo siguiente:
Chicos, mínimo traje completo, camisa y corbata. Aconsejable gafas de sol y afeitado. Se valoran cosas más caras (chalequitos, frac, esmoquin...), el cielo es el límite. Podréis usar el mismo traje en tantas bodas como queráis. Es importante toquitearse mucho los botones de la americana, y abrocharla y desabrocharla constantemente para ganar presencia. Aunque se celebre enagostomayo/junio, jamás nos quitamos la americana antes de la fase de banquete. Es preferible que se nos transparenten los pezones a través de la camisa empapada.
Chicas, peluquería bruta, todo el maquillaje que tengáis en casa y vestido estrafalario rollo celebrity en alfombra roja, importante no poder guardar nada en ningún sitio. Si lleváis bolso, será de mano, del tamaño de vuestra mano, y no contendrá mas que un billete arrugado por si os perdéis. No es día de móviles. Al finalizar el evento, cogeréis el vestido y lo dejaréis en el contenedor de basura más próximo, rociándolo con bencina para pegarle fuego sin dejar rastros. Si os vuelven a ver con él puesto, no recuperaréis vuestra dignidad humana hasta cambiar de amigas. No sé el motivo, es así.
A la hora de entrar al ceremonio o no, la cosa está dividida. Por un lado, existe una corriente de pensamiento alcohólico-rebelde que insiste en pasar ese tiempo en el bar más cercano, como en las bodas. Pero en el caso de las comuniones, también se dice que el niño se fija en quién acude a verle en tan magno momento de su vida y quién no. Personalmente, sigo aconsejando entrar. El niño suda un huevo de quién está ahí para verle (yo no recuerdo un cagarro, la verdad), porque está centrado en lo que mola vestir como un gilipollas y en el fiestorro que viene después, totalmente ajeno a que podrían embargar la nómina a su padre si la familia no se porta con las donaciones y se las ve putas para devolver el préstamo que pidió para el banquete.
El caso es que aconsejo entrar, más que nada para observar in situ cómo se lo monta el párroco para inducir las mismas memeces a mentalidades que van de los 8 años a los 80. Es también muy divertido ver con qué fingida ingenuidad habla el cura de oscuras abstracciones a niños en edades de saltar encima de tortugas y comer setas rojas para crecer en tamaño. Si el cura es rollo medievalista, la cosa es todavía más grotesca, pues no se corta en comentar a los niños sus movidas de dolor, carne, sangre y todos esos fetichismos que tanto pone a cien al clero. No vale la pena perdérselo, se pasa un rato divertido.
Concluido el evento, seguiremos a la comitiva hasta el salón de bodas/bautizos/comuniones correspondiente, según se estipula en las sagradas escrituras, donde nos colocarán dónde y con quien les dé la gana para degustar una de esas comidas carísimas que muchas veces nos deja indiferentes pero nos sienta peor que lo que comemos en casa. El proceso es muy parecido a las cenas nupciales (ver posts sobre bodorrios), con la salvedad de que en este caso la tarta lleva montada encima un monigote vestido de marinerito en representación ritual del comuniante, el cual será recogido con suma ilusión por el protagonista del día hasta que llegue a casa y lo deje por algún rincón para jugar a su consola nueva.
Nada más para el sociópata, pues al no haber baile, cualquier momento posterior a los chupitos es bueno para huir. En cuanto a los padres, ahorráos ese dinero a vosotros mismos y ese sufrimiento a nosotros. Vuestro hijo sólo quiere una consolaca.