Este miedo venía representado por los cátaros, una vertiente maja del cristianismo que parece que cogía fuerza por la zona del sur de Francia. En resumidas cuentas, los cátaros eran una versión guay, menos intrusiva, más optimista, del cristianismo imperante. Por ejemplo, para un cátaro, no había infierno, o no se consideraba la posibilidad de quedarse allí por mucho tiempo. Cuando uno moría pecaminoso y sin extrema unción o conselamentum, su alma se reencarnaba en otro cuerpo, teniendo así una segunda oportunidad para hacer bien las cosas y ganarse una plaza fija al lado del boss. Rechazaban casi toda la Biblia de plano, porque la consideraban como lo que es, una truculenta recopilación de relatos de horror cósmico sobre un Dios con personalidad inestable y mucha sangre por todas partes. Tan sólo admitían el Evangelio según San Juan, que debían llevar siempre consigo y conocer prácticamente de memoria.
Su religión, a grandes rasgos, tenía rasgos del maniqueísmo y el gnosticismo (podéis consultar el post del Dr. Zayus al respecto), en la medida en que dividían la existencia entre lo espiritual y lo puro (el bien) y lo material o creado (el mal), considerando como única vía de salvación la gnosis o conocimiento introspectivo de lo divino. Es decir, no se trataba tanto de seguir unas reglas concretas como de alcanzar cierto grado de conocimiento acerca de la realidad que se oculta tras "la matriz" (paralelizando con la peli de los Wachowski). En esto eran un pelo radicales, ya que rechazaban lo material de un modo extremo, llegando a no consumir nada que proveniera de la generación (huevos, carne, leche y otras cosas que surgen a raíz de un polvete), acercándolos a lo que hoy día podría ser alguna rama estricta del vegetarianismo. En referencia al sexo, la cosa estaba muy diversificada. Los miembros más estrictos (llamados Perfectos) y sus acólitos practicaban el celibato, pero a los seguidores y demás simpatizantes de base se les dejaba más manga ancha en este sentido. No concebían el matrimonio como forma de concepción porque aquello era una especie de aberración (algo así como capturar un alma pura del más allá y aprisionarla en sucia materia embrionaria). La mujer cátara, dada la época en que nos situamos, estaba más que bien reconocida, teniendo acceso (siempre que proveniera de la nobleza) al rango de Perfecta. Además, varias fuentes afirman que, por su condición de objeto de deseo, se les permitía todo tipo de escarceos amorosos e incluso no era raro que una mujer cátara se insinuara a un hombre. No obstante, tras cualquier tipo de guarrería, debían arrepentirse y demás. Las Perfectas podían dar el conselamentum, a través del cual uno iba al cielo sí o sí. Todo ello era compatible con la eutanasia, que se practicaba a través de la inanición voluntaria en el lecho de muerte. La muerte era aceptada y bienvenida por un buen creyente, con naturalidad y sin ningún tipo de miedo o duda.
En general, lo que primaba en esta gente era la dedicación completa al prójimo (eran apodados "Los Buenos Hombres"), la sencillez, la introspección y la oración, el respeto total a la naturaleza (si encontraban un animal atrapado en una trampa, debían liberarlo y compensar al cazador por la pérdida dejando una moneda) y el respeto absoluto al resto de pensamientos y creencias. Debían centrarse en el aprendizaje de un arte u oficio manual y perseverar en su perfeccionamiento y, en general, renunciar a las posesiones y la tontería. Y lo más indignante para otras religiones, eran de un pacifista asqueante.
Pese a las tontuneces propias de toda religión, presentaban rasgos mucho más agradables que los cristianos, lo que les facilitaba la integración y buena aceptación en pueblos e instituciones en general, cosa que a la diabólica Iglesia Cristiana no gustaba un pelo.
Para una institución de mentalidad dominante, esto es, de tocar los cojones al prójimo, de no dejar hacer lo que venga en gana , de imponerse sobre las voluntades, de mandar, influir, acojonar y manipular, esto era un dolor de muelas. Los cátaros se hacían de querer más porque presionaban menos y daban más buen rollo. La Iglesia Cristiana es más de desconfiar de la buena predisposición del prójimo, que no cree posible convencer si no es a través de la amenaza y el miedo a un vago escenario tan horrible como la imaginación de cada cual sea capaz de concebir.
Este tipo de mentalidad odiosa se hace presente en todas las situaciones de la vida, muy especialmente en el trabajo. Mientras modernos estudios que datan de hace más de tres décadas demuestran que un empleado motivado por una recompensa (material o no) o incluso la mera satisfacción personal rinde a un nivel muy superior a cualquier otro, la mayoría de empresas españolas, por poner un ejemplo conocido, sigue anclada en el pasado, muchas veces por falta de formación en materia de RRHH, otras veces por simple gilipollez bien protegida por una capa de soberbia. Es cierto que un empleado desmotivado e indolente reacciona rápido ante las amenazas, pero más cierto es que si se encuentra el origen de su insatisfacción y se le ofrece lo que busca, el rendimiento va a ser mucho mayor, los pitidos de oídos desaparecen y, en general, se evitan conspiraciones subversivas y extrañas zancadillas, redundando en el beneficio de todos.
Ya fuera del entorno laboral, encontramos que las empresas de mayor éxito no siempre son aquellas que realizan mayor presión comercial sobre los consumidores, sino las que ofrecen el producto más atractivo, ya sea por elementos subjetivos (caso Apple) como objetivos (precios bajos, etc.).
Desgraciadamente, como sabemos por los cátaros y otros muchos ejemplos, las mentalidades dominantes, por su propia naturaleza que ambiciona el dominio sobre los demás, son las que llegan con mayor facilidad al poder, porque no siguen más regla que la que les permite alcanzar este feo objetivo. Los cátaros fueron clandestinizados, despatriados y, finalmente, aniquilados. Algunos de ellos fueron condenados a la hoguera, que siempre ha sido una forma muy clemente de ajusticiar. Sin embargo, las personalidades no intrusivas son generalmente mucho más numerosas que las anteriores (de lo contrario, iríamos a tiro limpio por la calle). Aquello no pudo evitarse porque la gente tolerante no estaba comunicada entre sí, por tanto no eran conscientes de su número y no tenían la fuerza de la coordinación. ¿Servirá, pues, nuestra red aún grande y libre para erradicar esta lacra que nos viene tocando los huevos desde el principio de los tiempos? En ello estamos.
Su religión, a grandes rasgos, tenía rasgos del maniqueísmo y el gnosticismo (podéis consultar el post del Dr. Zayus al respecto), en la medida en que dividían la existencia entre lo espiritual y lo puro (el bien) y lo material o creado (el mal), considerando como única vía de salvación la gnosis o conocimiento introspectivo de lo divino. Es decir, no se trataba tanto de seguir unas reglas concretas como de alcanzar cierto grado de conocimiento acerca de la realidad que se oculta tras "la matriz" (paralelizando con la peli de los Wachowski). En esto eran un pelo radicales, ya que rechazaban lo material de un modo extremo, llegando a no consumir nada que proveniera de la generación (huevos, carne, leche y otras cosas que surgen a raíz de un polvete), acercándolos a lo que hoy día podría ser alguna rama estricta del vegetarianismo. En referencia al sexo, la cosa estaba muy diversificada. Los miembros más estrictos (llamados Perfectos) y sus acólitos practicaban el celibato, pero a los seguidores y demás simpatizantes de base se les dejaba más manga ancha en este sentido. No concebían el matrimonio como forma de concepción porque aquello era una especie de aberración (algo así como capturar un alma pura del más allá y aprisionarla en sucia materia embrionaria). La mujer cátara, dada la época en que nos situamos, estaba más que bien reconocida, teniendo acceso (siempre que proveniera de la nobleza) al rango de Perfecta. Además, varias fuentes afirman que, por su condición de objeto de deseo, se les permitía todo tipo de escarceos amorosos e incluso no era raro que una mujer cátara se insinuara a un hombre. No obstante, tras cualquier tipo de guarrería, debían arrepentirse y demás. Las Perfectas podían dar el conselamentum, a través del cual uno iba al cielo sí o sí. Todo ello era compatible con la eutanasia, que se practicaba a través de la inanición voluntaria en el lecho de muerte. La muerte era aceptada y bienvenida por un buen creyente, con naturalidad y sin ningún tipo de miedo o duda.
En general, lo que primaba en esta gente era la dedicación completa al prójimo (eran apodados "Los Buenos Hombres"), la sencillez, la introspección y la oración, el respeto total a la naturaleza (si encontraban un animal atrapado en una trampa, debían liberarlo y compensar al cazador por la pérdida dejando una moneda) y el respeto absoluto al resto de pensamientos y creencias. Debían centrarse en el aprendizaje de un arte u oficio manual y perseverar en su perfeccionamiento y, en general, renunciar a las posesiones y la tontería. Y lo más indignante para otras religiones, eran de un pacifista asqueante.
Pese a las tontuneces propias de toda religión, presentaban rasgos mucho más agradables que los cristianos, lo que les facilitaba la integración y buena aceptación en pueblos e instituciones en general, cosa que a la diabólica Iglesia Cristiana no gustaba un pelo.
Para una institución de mentalidad dominante, esto es, de tocar los cojones al prójimo, de no dejar hacer lo que venga en gana , de imponerse sobre las voluntades, de mandar, influir, acojonar y manipular, esto era un dolor de muelas. Los cátaros se hacían de querer más porque presionaban menos y daban más buen rollo. La Iglesia Cristiana es más de desconfiar de la buena predisposición del prójimo, que no cree posible convencer si no es a través de la amenaza y el miedo a un vago escenario tan horrible como la imaginación de cada cual sea capaz de concebir.
Este tipo de mentalidad odiosa se hace presente en todas las situaciones de la vida, muy especialmente en el trabajo. Mientras modernos estudios que datan de hace más de tres décadas demuestran que un empleado motivado por una recompensa (material o no) o incluso la mera satisfacción personal rinde a un nivel muy superior a cualquier otro, la mayoría de empresas españolas, por poner un ejemplo conocido, sigue anclada en el pasado, muchas veces por falta de formación en materia de RRHH, otras veces por simple gilipollez bien protegida por una capa de soberbia. Es cierto que un empleado desmotivado e indolente reacciona rápido ante las amenazas, pero más cierto es que si se encuentra el origen de su insatisfacción y se le ofrece lo que busca, el rendimiento va a ser mucho mayor, los pitidos de oídos desaparecen y, en general, se evitan conspiraciones subversivas y extrañas zancadillas, redundando en el beneficio de todos.
Ya fuera del entorno laboral, encontramos que las empresas de mayor éxito no siempre son aquellas que realizan mayor presión comercial sobre los consumidores, sino las que ofrecen el producto más atractivo, ya sea por elementos subjetivos (caso Apple) como objetivos (precios bajos, etc.).
Desgraciadamente, como sabemos por los cátaros y otros muchos ejemplos, las mentalidades dominantes, por su propia naturaleza que ambiciona el dominio sobre los demás, son las que llegan con mayor facilidad al poder, porque no siguen más regla que la que les permite alcanzar este feo objetivo. Los cátaros fueron clandestinizados, despatriados y, finalmente, aniquilados. Algunos de ellos fueron condenados a la hoguera, que siempre ha sido una forma muy clemente de ajusticiar. Sin embargo, las personalidades no intrusivas son generalmente mucho más numerosas que las anteriores (de lo contrario, iríamos a tiro limpio por la calle). Aquello no pudo evitarse porque la gente tolerante no estaba comunicada entre sí, por tanto no eran conscientes de su número y no tenían la fuerza de la coordinación. ¿Servirá, pues, nuestra red aún grande y libre para erradicar esta lacra que nos viene tocando los huevos desde el principio de los tiempos? En ello estamos.